"El amor es un estado febril, lo curas o se t queda crónico"
No se de quien es esta frase, la escuché decir a un amigo un día en el que se sentía muy trascendental y hablaba tierno sobre las cosas de la vida, abandonando por una vez esa ironía ácida que le caracteriza.
Empiezo a creer que tenía razón con esa afirmación.
Inexplicablemente no pasa un solo día en que no piense o mencione a una gripe que me duró casi una década y para la que me medico todos los días para no caer en cama con fiebre alta de nuevo.
No termina de curar. Pensé que el verano con su sol, con su mar y esa luz característica me traería la curación definitiva, pero no es así.
El hecho de que de vez en cuando me lleguen noticias de los efectos de ese virus sobre otras personas no me ayuda demasiado, pero tampoco se como evitarlo.
El virus deja enfermos por todos lados, pero conmigo se comporta como una vacuna que cada tres meses aproximadamente me dice: eh! quiero informarte de que sigo aquí y además voy a contarte una vez más lo enfermo y solo que me siento.
Lo único bueno de esta situación es que de tanto acatarramiento que he sufrido, se que lo último que debo hacer es compadecerme y acercarme a él, porque el resultado siempre es el mismo, me contagia su tos, su fiebre y quedo debilitada.
Me autodeclaro en cuarentena indefinida, alejada de todo aquel virus gripóreo que planee crear una epidemia sobre mi en este invierno que está anunciándome su llegada a mi ciudad.