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Quien se queda mucho tiempo mirando a los sueños, termina pareciéndose a una sombra”

-André Malraux-

lunes, 4 de agosto de 2014

Molinillos de viento




Alargó su brazo hacia mí y en su mano me mostró un pequeño molinillo de colores,  de esos que giran al ritmo que marca el viento.
Era un juguete muy sencillo pero viniendo de él  se convirtió en mi mayor tesoro y lo custodié con celo, porque en él centraba todas mis expectativas e ilusiones… todo mi amor.
Escuchar una simple frase de sus labios hacía que sus  aspas enloquecieran  y mi mundo se tornaba de colores danzarines, que daban vueltas sin cesar  y en su danza me embriagaban de felicidad.
Y así pasaba los días, contemplando ese molinillo que un día  él depositó en mis manos. En las mañanas al despertar suspiraba deseando que hiciera mucho viento, que mi molinillo diera muchas vueltas,  un día de esos en los que mi corazón se inundaba de  primaveras, un día en los que ningún problema podía enturbiar mi dicha, pues cuanto podía sentir  era su sonrisa y su mirada. Otras veces en cambio,  el molinillo permanecía inmóvil. El aire no tenía suficiente fuerza para hacerlo girar y el oxígeno no llegaba a mis pulmones, entonces la tristeza y la incertidumbre se adueñaban de mí y tampoco conseguía concentrarme en nada más que en correr a mi balcón constantemente en espera de un poquito de brisa que me trajera las noticias de mi amado.  Y así todos mis deseos y mis proyectos dependían de un pequeño molinillo de plástico de colores, movido por el azar del viento.
El viento, esa sensación sin color ni olor, con sonido y tacto, se había adueñado de mi voluntad y de mi mente. Ese viento incontrolable que no espera a nadie, que se abre paso por las rendijas y que no duda en arrasar cuantos obstáculos se le crucen en el camino, sin importarle las consecuencias de su vagar pues es  libre.
Ese viento que hacía vibrar a mi molinillo, un día de primavera inesperadamente, me lo arrebató de las manos de un soplo,  con la misma facilidad que lo trajo hasta mí. Corrí deprisa tras él, en un intento vano de recuperarlo. Corrí y corrí detrás con fuerza y cuando ya lo tenía agarrado del palo, decidí soltarlo y liberarme.
El polvo levantado se metía en mis ojos y en una bocanada del enojado viento caí de bruces sobre un charco de tristeza mientras veía como se alejaba. Había decidido dejar marchar la alegría de mi vida y recuperar mi libertad, dejar de seguir atada a un azar lleno de ansiedad e incertidumbres.
Permanecí varada  en el suelo, no sé cuánto tiempo, envuelta en un remolino de polvo que me cegaba y cuando por fin el viento cesó, me levanté  y solo entonces comprendí que no había parado de correr detrás de una quimera desde el primer momento en que el preciado juguete cayó en mis manos y que esa última carrera en la que un mal viento se lo llevó no había sido otra cosa más que una despedida anunciada.
En ese mismo momento recuperé mi voluntad y mi vida y sin mirar atrás volví a decirle adiós para siempre a mi molinillo de viento, adiós mi amor.

"Quien se queda mucho tiempo mirando a los sueños, termina pareciéndose a una sombra"
-André Malraux-



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