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Quien se queda mucho tiempo mirando a los sueños, termina pareciéndose a una sombra”

-André Malraux-

sábado, 29 de noviembre de 2014

Imágenes de un mundo sin nosotros







Hay días que nuestro estado de ánimo nos aboca a la introspección, al recuerdo y por qué no, a la melancolía. Buscando fotos de mi lugar favorito de Barcelona, la avda. María Cristina y cuanto se percibe desde ella, me topé de lleno con uno de mis mas arraigados recuerdos, el desaparecido parque de atracciones de Montjuic. Me puse a ver fotos en el google de ese lugar maravilloso para mi, que de la mano de mi padre visité tantas veces. Un recuerdo arraigado a su recuerdo. Un parque que estaba muy cerquita de mi escuela y que todos los días veía asomar de entre los árboles su noria.
Di con un artículo estupendo de un bloguero y en el siento que extraña ese parque tanto como yo. Espero que lo disfrutéis y también el vídeo que adjunta al final del artículo que no tiene desperdicio, despierta los sentidos. Con este tipo de cosas siento el rápido paso del tiempo, es como contemplar una estrella que no es mas que la luz que reflejaba un planeta que ya está muerto hace muchos años.
Gracias Francisco Machuca




" imágenes de un mundo sin nosotros son realmente escalofriantes, son la Estatua de la Libertad semienterrada al final de El planeta de los simios" (uno de los comentarios del post)


http://fmaesteban.blogspot.com.es/2012/06/parque-de-atracciones.html



PARQUE DE ATRACCIONES


Dedico este texto a mi hijo Alex

Hace unos años tuve una pesadilla. Estaba en un parque de atracciones abandonado bajo una fina lluvia ácida y un cielo oscuro. Me introduje en una atracción de cuyo nombre estaba escrito en un letrero deteriorado por la intemperie, colgado de un saliente de hierro, un cartel que crujía melancólicamente con el viento: El Túnel del Terror. Las vagonetas estaban fuera de los raíles. Pasé por encima de aquel destrozo para dirigirme hacia el interior de la gruta. Entonces me dije en voz alta a medida que avanzaba: “Veo el fin de la humanidad como un parque de atracciones abandonado”. Me desperté de súbito muy atemorizado, pero también muy frustrado por haber despertado demasiado pronto sin saber con lo que me iba a encontrar en mi inquietante aventura.




De niño me encantaban los parques de atracciones. Para mí eran los espacios esenciales donde podía materializar mi exacerbada imaginación. El Tiovivo, de cuyo corcel majestuosamente tallado en madera, me servía para cabalgar hacia horizontes lejanos. Me subía a La Montaña Rusa para desafiar la ley de la gravedad y a todos los vientos en un doble looping que desataba de mi interior un grito de guerra, listo para todas las batallas. Me paseaba por La Casa de los Espejos, como una Alicia, con mi cuerpo distorsionado desafiando las leyes de la anatomía hasta convertirme en un monstruo dispuesto a espantar a mis peores enemigos. Me adentraba en El Laberinto Mágico de cuyo esfuerzo orientativo tenía que conducirme hasta el mismo corazón de mi propio ser. Era un Minos, pero sin sentir odio por el Minotauro. Esperaba emocionado en la estación del horror a que llegara El Tren Fantasma que me daba la oportunidad de subir a su vagón de dragón de ojos de fuego para llegar al centro de la tierra. Los ojos centelleantes del dragón iluminaban, esporádicamente de entre las sombras, criaturas horribles y maravillosas a la vez. Para calmar los nervios de tantas emociones y aventuras me subía a La Noria Gigante. Era el lugar idóneo para besar a la chica en la cúspide de la cima. Desde allí podía llegar a tocar las nubes de septiembre. Si subía en las noches de agosto podía tocar las estrellas con las dos manos, y la ciudad, allí abajo, se convertía en un mundo puntilloso e insignificante fuera de combate en una lucha absurda de la vida. El placer que me daba Los Autos de Choque; superaba al más ingente de los millonarios subidos a sus ferraris recorriendo autopistas hacia ninguna parte. En el auto de choque desataba mi agresividad contenida que echaba chispas en el cielo de alambre y lona. El Castillo del Terror era lo más con sus mil puertas engañosas y monstruos aguardando detrás de cada una de ellas. Allí aprendí que si en la vida no arriesgas, el miedo siempre te vencerá en detrimento de quién lo impone. Y mucho más. Mucho más. Allí nuestros padres cambiaban de semblante, eran más condescendientes. Te subías a una atracción y en cada vuelta los veías sonrientes custodiándote el palo de azúcar y el globo. Dos niños recuperados en un momento fugaz.











Todo esto lo experimenté en los dos parques de atracciones que existieron en Barcelona: El Tibidabo y El parque de atracciones de Montjuïc. El primero se inauguró en 1900 y fue el segundo parque de estas características de toda Europa. Era un lugar realmente entrañable. Solo el modo de llegar allí – el funicular – ya era toda una atracción. Fue fundado por el Dr. Andreu, el de las famosísimas “pastillas para la tos Juanola”. Como un cuento de hadas. En el parque llegaron a realizarse unas cuantas películas. Las más famosas fueron: La vida es magnífica (1964), de Maurice Ronet. El maquinista (2004), de Brad Anderson y Vicky-Cristina-Barcelona (2008), de Woody Allen. También estuvo allí para inaugurar una atracción: El Pasaje del Terror, el mismísimo Anthony Perkins. Cortó la cinta con unas tijeras que no quiso soltar. El gran actor: elegante y tímido, todavía le quedaba los tics de Norman Bates.
Pero ni Bates se hubiera atrevido a realizar semejante villanía. El Tibidabo entró en decadencia por culpa de los nuevos directivos; yupis y tiburones de las finanzas. Destrozaron mi mundo infantil. No dejaron ni un solo vestigio del pasado. Talaron árboles para construir viviendas para ricos. Los técnicos dejaron de revisar las atracciones como era debido. Una atracción llamada El Péndulo cedió a su peso y el brazo articulado que elevaba a los pasajeros a 38 metros de altura cayó a una velocidad de 100 km/h en 2.8 segundos. Una niña de quince años perdió la vida. Los tiburones obligaron a sus empleados que no hicieran ningún tipo de declaración.


Hoy el parque sigue en activo pero ya no es ni la sombra de lo que fue.










Parque de atracciones de Montjuïc. Se inauguró en 1966. Allí pasé momentos inolvidables y nunca olvidaré aquella atracción llamada El Tren Fantasma, que me introducía al corazón más oscuro de las antiguas civilizaciones. El parque sufrió el mismo destino trágico. Intereses financieros acabaron con la savia. Para desacreditar el parque, unos seres muy oscuros surgidos de oficinas que harían palidecer al mismísimo Diablo, manipularon la vagoneta de El Tren Fantasma; ese dragón de ojos de fuego. Dos personas resultaron heridas. Salieron despedidas y chocaron contra un muro. El tren quedó descarrilado como en mi pesadilla. El parque fue clausurado para siempre en 1998.



Este fue mi dragón de ojos de fuego (El Tren Fantasma)
Poco tiempo después volví a ese lugar y me encontré con esta visión apocalíptica:












Deseé con todas mis fuerzas que los responsables corrieran el designio de la historia de la novela de Ray Bradbury, La feria de las tinieblas. Bradbury cita al principio del libro a W. B. Yeats: “El hombre ama, y ama lo que desaparece”. Yo más bien diría: “El niño ama, y ama lo que se le arrebata”.



O que se vieran envueltos en la misma situación que los personajes de la película La casa de los horrores (1981), de Tobe Hooper.



Luego vino la adolescencia que es la indefinición, la perplejidad ante el entorno, la insatisfacción. Una etapa doliente. Atrás quedaba la magia de la infancia, esa felicidad para borrar los límites entre el juego y realidad, soñar despierto o creer, en definitiva, que todo o casi todo podía ser posible.

Os invito a que veáis este vídeo que encontré por azar y que me ha emocionado sobremanera. Desde aquí le doy las gracias a su creador Sergio Alfonso que recupera una vieja película en Super 8 de su infancia filmada en el parque de Montjuïc en 1974, justo en el mismo año que yo pululaba por allí, y ha solapado imágenes del parque abandonado antes de su definitiva desaparición. El final del vídeo me ha estremecido por la gran similitud de la pesadilla que cuento al principio de este largo texto.


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